Los paradigmas, como las personas, pueden seguir senderos de virtud, pero también pueden adquirir vicios que los llevan a la perdición (que nadie se confunda: ésta no es una prédica religiosa). Mi único interés es la ciencia, y por ahora sólo estoy enfocado en señalar los errores del darwinismo moderno, el cuál se ha desviado del virtuoso sendero de la auténtica ciencia desde hace largo tiempo. Por supuesto, las críticas al darwinismo empezaron desde el momento en que Darwin publicó EL ORIGEN DE LAS ESPECIES, y el concepto de selección natural ha tenido un lugar destacado en esas críticas.
Pero los darwinistas despreciaron siempre esos señalamientos porque los análisis eran parcialmente defectuosos y sólo estaban basados en vagas sospechas. De aquí que siguieron adelante sin prestar atención a la parte donde los análisis eran justos y atinados. En consecuencia, el darwinismo se desarrolló de un modo torcido, despreciando también las reglas y valores de la ciencia tradicional; porque la buena ciencia no sólo existe para observar la realidad, sino para buscar la manera de traducir sus observaciones en conocimientos sólidos y claramente verificables. Aquí es donde falla la selección natural, porque sencillamente es un fracaso total, ya que no conduce a ningún conocimiento. Al mismo tiempo, los detractores del darwinismo también estaban fallando porque habían sido tradicionalmente incapaces de ofrecer una alternativa científicamente razonable. Pero eso ya pertenece al pasado, porque el lamarckismo está resurgiendo con renovados bríos, y ahora cuenta con nuevos y poderosos argumentos para sustentar los postulados que la ciencia oficial había despreciado con excesiva precipitación.
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Las paradojas de la biología moderna, una revolución fracasada.
La biología, adherida a una defectuosa interpretación del naturalismo, se ha desarrollado de un modo paradójico, porque cuanto más se esfuerza en alejarse de la religión tanto más se hunde en ella. Huyendo de las creencias mágicas, termina cayendo en ellas; y cuánto más jura lealtad a los principios de la ciencia, más burdamente se rinde al oscurantismo, porque termina reproduciendo los vicios y defectos de las creencias mágicas. En efecto, el principio más sagrado y reverenciado de la biología en los últimos cien años ha sido el concepto de selección natural, pero conquistó ese lugar de un modo tramposo porque, lejos de compartir los valores de la ciencia, contiene las características esenciales de las explicaciones religiosas. Cierto, la religión se distingue por promover y difundir explicaciones vagas, abstractas, infinitamente caprichosas, y totalmente carentes de conexiones con los principios de la física y la química. Y esas mismas características las vemos fielmente reproducidas en el venerado concepto de selección natural.
Los darwinistas pretenden sustentar su mitológica narrativa con numerosos experimentos, pero en el mundo real su retórica se derrumba porque la selección natural carece de constancia, de regularidad.
Si la selección natural no puede mostrar patrones de regularidad ni conexiones claramente visibles con los principios de la física y la química, entonces termina exhibiendo lastimosamente sus semejanzas con las explicaciones religiosas. Las declaraciones de adhesión a la filosofía materialista y mecanicista de los biólogos son risibles, porque sólo consiguen demostrar que no entienden ni pizca de filosofía. Nadie puede fingir eternamente lo que no es, ni esconder sus carencias, porque finalmente la realidad destruye mitos y revienta máscaras.
Los darwinistas convencionales han visto siempre al lamarckismo como un cuento de hadas, porque lo asocian con la mitología y la religión. Sin duda, el lamarckismo es falso en cuanto queda encerrado en el marco de la teleología y la idea de una evolución que camina siempre en ascenso hacia formas más complejas y perfeccionadas. Al mismo tiempo, tienen razón en cuanto que los cambios en la herencia son bastante azarosos, las especies pueden diversificarse hacia formas paralelas en complejidad, ó incluso pueden degradarse, transitar a formas de mayor simplicidad metabólica y estructural. Pero aún aceptando la sensatez de estos alegatos, podemos seguir diciendo que el modelo explicativo de los darwinistas es un fraude, por varios motivos. En primer lugar, las mutaciones más comunes, que son las que afectan las características de las especies, tanto como las que producen enfermedades genéticas, no ocurren durante el proceso de copia del ADN que luego deviene en la división celular. La idea de que estas mutaciones ocurren por error durante el proceso de copia es totalmente falsa, y no resiste un análisis minucioso con el cálculo de probabilidades. Los darwinistas creen que haciendo malabarismos probabilísticos podrán sustentar su tesis, pero sólo logran exhibir su torpeza y su profunda incomprensión de las estrictas reglas del cálculo de probabilidades. El concepto de mutaciones al azar es manejado caprichosamente por los darwinistas, torciendo siempre las reglas del análisis probabilístico; pero si la ciencia admite los caprichos personales automáticamente se convierte en anticiencia. Entonces, sólo queda un camino, que es precisamente la opción que los darwinistas trataban de evitar: volver al “diseño inteligente” de los seres vivos. Pero es claro que esta idea, para entrar limpiamente en el reino de la ciencia, debe ser despojada de su carácter místico.
Todas las doctrinas nacen como un cuerpo de ideas vagas y no siempre relacionadas entre sí, no necesariamente subordinadas a un tronco común. En el curso de su desarrollo, y merced a la continua confrontación con el mundo real, algunas de esas ideas van tomando mayor relevancia, a la vez que otras ideas, que formaban parte de la doctrina original, van siendo opacadas y eventualmente abandonadas. El lamarckismo y el darwinismo nacieron mezclando creencias mágicas con diversos aspectos de la realidad. Desde luego, el progreso de la ciencia exige la depuración y el abandono de esas creencias mágicas, pero aquí tenemos una paradoja que nos lleva directamente a la controversia: el lamarckismo está depurando sus falsedades e inexactitudes con bastante éxito, mientras que el darwinismo sigue tercamente defendiendo su fantasioso esquema. Por ello, el darwinismo tiene ahora mayores semejanzas que el Lamarckismo con el cuento del Génesis bíblico. Abajo tenemos una reproducción de un dibujo que representa a la mítica pareja humana de la Creación, junto con los animales y vegetales que les acompañaron.
Una revolución fracasada. Los científicos en general, y los biólogos de manera especial, no han entendido los puntos básicos del esquema teórico de Thomas Kuhn sobre el desarrollo de la ciencia. Aplican el concepto de "revolución científica" con demasiada liberalidad, cuando en realidad su sentido es muy restringido. Una revolución científica implica siempre un rompimiento radical con el antiguo modo de entender y estudiar la naturaleza. Bajo esta premisa, el darwinismo fué, desde luego, una revolución; pero sus adherentes parecen incapaces de comprender que las revoluciones no siempre terminan exitosamente. Es decir, la imposición de un nuevo modo de pensar sobre la naturaleza y el trabajo científico no llevan de forma automática al éxito del paradigma innovador. El triunfo de una revolución no se traduce automáticamente en el triunfo del esquema revolucionario, porque hay una enorme distancia entre derrocar a un gobierno corrupto e incompetente y ejercer el Poder de la Autoridad con eficiencia y sabiduría. No cabe duda de que la biología ha progresado a la sombra del darwinismo, pero junto a este innegable progreso está esa otra realidad, también innegable: el darwinismo se ha convertido en un estorbo para la adquisición de nuevos conocimientos, y todas las dificultades nacen precisamente del concepto más estimado y reverenciado por los biólogos modernos: el principio de selección natural. Una revolución constituye siempre una negación del pasado, un ataque sistemático a los valores más sagrados del gobierno considerado incompetente por los rebeldes. Ahora, la feroz obstinación de los darwinistas para defender su concepto más estimado es precisamente lo que provoca la urgencia de un cambio revolucionario. Los darwinistas deben ser derrocados junto con su defectuoso esquema de gobierno. Si esta declaración les espanta, ello se debe a que imaginan que una nueva forma de gobernar sólo traerá el colapso de la ciencia, algo así como dejar el Poder en manos de los partidarios del Creacionismo; pero esto es falso, y su falsedad deriva precisamente de su defectuosa concepción del modo en que trabaja la naturaleza. Yo les diré que sus temores son infundados porque la nueva forma de gobierno, ejercida a la sombra del lamarckismo, ya está funcionando; de hecho, ha funcionado de un modo excelente a lo largo de más de 150 años, aunque debemos reconocer que ha tenido tropiezos, y esporádicamente ha sido defendido con experimentos trucados. Sin embargo, son sus éxitos los que deben interesarnos, con mayor razón cuanto que los darwinistas están empeñados en no verlos. Ahora, si los lamarckistas han tenido cierto grado de libertad para investigar la naturaleza, ¿Por qué repentinamente surge la necesidad de emprender una lucha revolucionaria? Bueno, la verdad es que el impulso revolucionario del lamarckismo ha estado presente en la biología desde hace largas décadas, y la actitud de los darwinistas no es de total honestidad, porque sólo les conceden migajas a sus competidores, cuando deberían cederles el pastel completo. La forma en que el darwinismo ha obstaculizado el desarrollo de la ciencia puede ser invisible para sus paladines, pero es bastante evidente para los que ejercemos la crítica desde el otro lado de la controversia. Por todo lo anterior, es oportuno recordar los puntos esenciales del esquema de Thomas Kuhn, y destacar que las revoluciones políticas tienen grandes semejanzas con el trabajo de los científicos, porque en ambos casos se requiere el derrocamiento de los Reyes ó Dictadores para imponer una nueva forma de gobernar. Creo que la mejor manera de entender como el darwinismo moderno se ha convertido en un esquema viciado para dirigir las investigaciones sobre los enigmas de la evolución consiste en comparar la visión de la ciencia que ofreció Thomas Kuhn contra la que propuso Eugene Koonin en sus escritos, sobre todo en su libro titulado The Logic of Chance. Entiendo perfectamente que Karl Popper y otros de su pandilla hubieran sido más apropiados para compararlos con Kuhn, así como otros autores que tratan expresamente de temas relacionados con el darwinismo y el lamarckismo hubieran sido más convenientes para compararlos con Eugene Koonin; pero creo que todos ellos son de sobra conocidos en las discusiones sobre las revoluciones científicas, por un lado, y sobre la evolucion biológica, por el otro. Además tengo la clara intención de traer aire fresco a estas polémicas, y creo que el contraste que resulta de poner a Kuhn frente a Koonin sobre los valores y objetivos que deben tener todas las especialidades científicas me facilitan la tarea que trato de cumplir. Eugene Koonin ha tenido una brillante carrera en la ciencia del más alto nivel, y es una figura prominente entre los científicos que investigan las funciones de los genes CRISPR en las bacterias que se muestran resistentes frente al ataque de los virus; por lo mismo, su firme adhesión a la defectuosa ciencia que hoy se ostenta como darwinismo, y su gozosa repetición de todas las necedades y disparates cultivadas por sus colegas en los últimos cien años, demuestran claramente que los biólogos modernos, con sus honrosas excepciones, son incapaces de distinguir entre ciencia y pseudociencia. Por si no ha quedado claro, lo diré con estas palabras: nadie puede considerarse exento de caer en los más burdos errores, y ni los más grandes científicos pueden evitar extraviarse en las trampas del fanatismo, cuando han sido hipnotizados por un paradigma fraudulento pero extrañamente fascinador. Basta con leer el libro de Koonin para descubrir que los científicos pueden tranquilamente mezclar los conocimientos verdaderos con los absurdos y tonterías de la pseudociencia más descarada. El concepto de selección natural niega expresamente los valores y objetivos de la ciencia verdadera por la sencilla razón de que no es una receta para buscar el conocimiento. La selección natural, igual que Dios, es una explicación vaga, abstracta, y refractaria, neutra, ó fatalmente indiferente al conocimiento. Cuando los paladines del darwinismo celebran la historia de sus antecesores y propagandistas (como Ronald Fisher, Jacques Monod, y similares) están celebrando su fracaso, esto es, la ausencia de conexiones entre su paradigma y el conocimiento del modo en que ocurren los cambios en la herencia, demuestran claramente una ausencia de compromiso con la búsqueda del conocimiento; y ésa es precisamente la característica esencial de la pseudociencia. Abajo dejo un enlace para encontrar el clásico libro de Thomas Kuhn titulado LA ESTRUCTURA DE LAS REVOLUCIONES CIENTIFICAS, seguido de otro para encontrar el libro de Eugene Koonin, titulado The Logic of Chance, para ofrecer al lector la ocasión de contrastar a 2 autores tan distintos y lejanos como Thomas y Eugene.
Abajo tenemos 2 láminas que simbolizan las luchas revolucionarias, por un lado, y el trabajo de los científicos en un laboratorio, por el otro, para enfatizar que son actividades semejantes, por muy distintas que parezcan.
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